Los filisteos estaban atacando a los israelitas. Todas las mañanas, un filisteo gigante llamado Goliat desafiaba a cualquier israelita a pelear contra él. Goliat era más grande y más alto que todos los demás, y era feroz. Llevaba una pesada armadura y una espada, una lanza y un gran escudo. Nadie se atrevía a pelear con él.
David era un joven pastor que tenía fe en Jehová. Sus hermanos mayores eran soldados del ejército de Israel. Un día, David llevó algo de comida a sus hermanos. Cuando llegó al campamento del ejército, oyó el desafío de Goliat.
David preguntó a los soldados por qué nadie defendía a Israel. Sus hermanos se enojaron y le dijeron que fuera a cuidar de las ovejas, pero David sabía que Jehová defendería a Israel.
El rey Saúl se enteró de la fe de David, así que pidió verlo. David dijo a Saúl que no tenía miedo de luchar contra Goliat. David explicó que una vez, cuando estaba cuidando sus ovejas, mató a un león y a un oso. Jehová lo protegió en ese momento y David sabía que Jehová lo protegería ahora.
Saúl dio su armadura a David, pero como no le quedaba bien, David se la quitó. Decidió luchar sin armadura.
David recogió cinco piedras lisas y las colocó en una bolsa. Tomó su honda y su bastón de pastor y fue a enfrentarse a Goliat.
Cuando Goliat vio a David, gritó y se burló de él. Dijo que un pastorcillo no podría vencerlo. ¡David le gritó a su vez que confiaba en que Jehová lo protegería! David dijo que vencería a Goliat para mostrar la grandeza de Jehová.
David corrió hacia Goliat. Rápidamente lanzó una piedra con su honda. La piedra golpeó a Goliat en la frente y el hombre gigante cayó al suelo. Jehová ayudó a David a derrotar a Goliat sin espada ni armadura.
Cuando los filisteos vieron que Goliat había muerto, corrieron atemorizados. Los israelitas ganaron la batalla. David confió en Jehová y Jehová protegió a Israel.